Por qué deberías darle otra oportunidad a The Last Jedi

“This is not going to go the way you think.”
– Luke Skywalker, The Last Jedi (2017)

De todas las entregas en la saga de Star Wars, pocas han generado tanto debate, pasión e introspección como Star Wars: Episode VIII – The Last Jedi, de Rian Johnson. Desde su estreno en 2017, The Last Jedi se ha convertido en una especie de prueba de Rorschach cultural—celebrada como una reinvención audaz por algunos, y vista como una traición por otros. Pero el tiempo tiene una forma de revelar lo que la emoción y la indignación suelen ocultar. Y con algo de distancia, The Last Jedi destaca no solo por ser una de las entregas más visualmente arriesgadas y temáticamente ricas de la franquicia, sino por ser una película que intenta genuinamente hacer crecer Star Wars hacia algo más introspectivo, complejo y, sí—humano.


Un inicio valiente, y un viaje emocionante

Desde su primera secuencia, The Last Jedi se impone con confianza. El asalto audaz de Poe Dameron a un acorazado de la Primera Orden no solo es emocionante—acompañado de la partitura grandiosa de John Williams y el sacrificio conmovedor de Paige Tico—sino que también establece el tono de una película que no teme desafiar a sus héroes. Es una de las aperturas más electrizantes de la saga, combinando acción de alto riesgo con peso emocional, y lanzándonos directamente a una guerra que se siente tangible y costosa.

Incluso en medio de la tensión, Johnson equilibra el drama con momentos de ligereza. El chiste telefónico de Poe con el General Hux ejemplifica el acto de equilibrio tonal que logra la película: profundamente seria en intención, pero siempre consciente de sus raíces pulp y aventureras. Así como The Empire Strikes Back navegaba entre la oscuridad y la diversión, The Last Jedi también lo hace—con una gracia sorprendente.


Un triunfo visual

Visualmente, The Last Jedi se posiciona entre las entregas más inventivas de la saga. La cinematografía de Steve Yedlin transforma la galaxia muy, muy lejana en algo casi pictórico y poético. Basta con ver las explosiones de tierra roja en Crait, que elevan un enfrentamiento relativamente simple a un impactante cuadro de desesperación y mito. O la secuencia del salón del trono, donde Rey enfrenta a Snoke—solo para que Kylo Ren le dé la vuelta a uno de los villanos más imponentes de la saga. Es un momento grandioso y operático, en el que las imágenes cargan con el peso del giro narrativo sin necesidad de exposición.

Incluso Canto Bight—frecuentemente criticado por interrumpir la narrativa—se revela como un festín de excesos inspirados en el Art Deco. Es un escenario repleto de narración visual en capas: divisiones de clase, crueldad, riqueza y resistencia, todo representado a través de trajes ornamentados, salones relucientes y la imagen conmovedora de niños esclavizados mirando las estrellas.


Rose Tico y el corazón de la Resistencia

En el centro de Canto Bight está Rose Tico (Kelly Marie Tran), cuya introducción trajo una nueva energía a la Resistencia. No es una guerrera, sino una mecánica. No es una heroína de linaje, sino alguien inspirada por ellos. Su sinceridad, su dolor y su optimismo aportan un nuevo registro emocional al elenco. “That’s how we’re going to win. Not fighting what we hate, but saving what we love,” le dice a Finn. Esa línea adquiere poder en una historia tan comprometida con romper ciclos de violencia y venganza, un tema fundamental también en la trilogía original.


Temas: fracaso, clase y complejidad moral

Una de las decisiones más atrevidas de Johnson fue enfrentarse a la ambigüedad moral—algo poco común en una franquicia que suele definirse por conflictos binarios. En Canto Bight, DJ (Benicio del Toro) señala la hipocresía de la economía de guerra. “They blow you up today, you blow them up tomorrow. It’s just business.” Su perspectiva no invalida la claridad moral de la Resistencia, pero sí complica el mundo, recordándonos que incluso las causas nobles tienen sombras.

El fracaso también se convierte en la columna vertebral temática. Poe fracasa como líder. Finn casi se sacrifica innecesariamente. Rey falla al intentar redimir a Kylo. Y, de manera más impactante, Luke Skywalker—nuestro héroe mítico—falla con su sobrino y consigo mismo.


Luke Skywalker: un héroe reimaginado

Hablemos del bantha en la habitación: el arco de Luke Skywalker.

Para muchos fans, incluyendo a quien escribe esto, Luke era un héroe clásico. Pero incluso en la trilogía original, nunca fue perfecto. En A New Hope es quejumbroso e impaciente. En Empire, desobedece a sus maestros, se lanza a enfrentar a Vader y termina física y emocionalmente destrozado. Solo en Return of the Jedi lo vemos como un hombre más centrado—aunque incluso allí, casi cede a la ira cuando amenazan a Leia.

La idea de un Luke falible no es una traición—es coherente. Lo que Johnson hace en The Last Jedi es llevar esa imperfección a su conclusión lógica: ¿y si Luke, en un momento de miedo y duda, cometió un error catastrófico? ¿Y si la leyenda era solo un hombre, aplastado por su propio mito?

Los flashbacks al estilo Rashomon—cada uno mostrando una versión distinta de la caída de Ben Solo—no solo ilustran la culpa de Luke, sino también la subjetividad de la memoria y la culpa. En lugar de ser un mentor estoico y omnisciente, Luke se convierte en algo más profundo: un hombre cuya fe en sí mismo se quebró, que se retiró no por cobardía, sino por desilusión.

“The legacy of the Jedi is failure,” le dice Luke a Rey. Pero el regreso de Yoda—gloriosamente marionetizado y amorosamente irreverente—le recuerda (y a nosotros) que el fracaso es el mejor maestro. “We are what they grow beyond,” dice Yoda, en una de las líneas más conmovedoras de toda la saga.

El acto final de Luke—proyectando su imagen a través de las estrellas para salvar a sus amigos sin derramar una sola gota de sangre—no es solo un giro narrativo. Es una evolución espiritual. Es a donde Star Wars siempre ha apuntado: redención, sacrificio y paz.


No exenta de fallas

Ninguna película es perfecta. The Last Jedi tropieza en ciertos aspectos. La muerte repentina de la Capitana Phasma desperdicia a una antagonista con potencial icónico. El arco de Finn, que tenía espacio para crecer, se resuelve prematuramente. Hux, por su parte, es cada vez más una broma, restándole seriedad a su amenaza.

Estas decisiones narrativas repercuten en The Rise of Skywalker, donde la ausencia de villanos sólidos y de desarrollos significativos para Finn y Rose deja un vacío palpable.

Pero esos errores no disminuyen los logros de la película en otros frentes. Si acaso, subrayan cuán ambiciosa fue: distinta, reflexiva y audaz.


El legado de The Last Jedi

Irónicamente, el título dice todo lo que necesitamos saber. The Last Jedi no trata de finales, sino de comienzos. Trata de quemar lo que ya no nos sirve, y llevar con nosotros lo que sí. El niño del final, levantando su escoba con la Fuerza, nos recuerda que la esperanza no se hereda por sangre ni se impone por profecía. Le pertenece a quien la elige.

En los años desde su estreno, The Last Jedi ha crecido en estatura. Críticos y fans por igual han comenzado a reconocer su valor. Nunca fue una película diseñada para darnos lo que queríamos. Fue diseñada para desafiar lo que pensábamos que queríamos—y mostrarnos algo mejor.

Así que, si ha pasado un tiempo, dale otra mirada. Deja ir tus expectativas. Y considera esta historia de personas imperfectas pero esperanzadas, dando lo mejor de sí en una galaxia llena de sombras y estrellas.